Santiago

•22 febrero 2011 • Deja un comentario

Cuando observe la sonrisa de Santiago, un sentimiento inexplicable se apoderó de mí, no sé si fue felicidad, orgullo, incredulidad o el efecto de la represión en mis lágrimas.

Su expresión era sincera, tal vez la alegría más real que he visto en mucho tiempo.

En esa escena yo era, en gran parte, la responsable. Sí, yo con todo y mi drama matutino, mi recriminación al cosmos por su complot contra la felicidad y el odio desgarrador hacia los paraísos utópicos que suelo crear constantemente.

La misma que unas horas antes aseguró que la vida era injusta.

Es muy injusta, pensé en ese momento, cuando Santiago sonreía y confesaba estar nervioso. Injusta, pero no conmigo.

No sé su edad, nunca se la he preguntado, parece tener entre 55 y 60 años, tiene el cabello blanco y largo, manos arrugadas y ojos de color.

Cuando habla de los güeros no puedo evitar reír, los dos coincidimos en que no nos caen muy bien pero, a veces, son gente simpática. Son “banda”, dice Santiago, para él todos son banda.

En tan sólo dos breves entrevistas, Santiago me ha recordado varias cosas, detalles importantes que se me pierden entre la agenda diaria, las declaraciones oficiales y los eventos con horario fijo.

Frente a cada paso que doy hay una historia por contar, un suceso asombroso desconocido y miles de experiencias deliciosas olvidadas.

Las quiero todas, quiero escuchar, disfrutar, aprender, reír, llorar, viajar en cada palabra que escucho, en cada mirada que descubro y en cada logro que mis letras obtienen.

Me confieso aficionada de atesorar las historias increíbles, los pequeños detalles que no caben en dos mil caracteres diarios y que saturarían mis relatos de fantasía, cualidad prohibida para un periódico, pero no para mí.

Sé que detrás de la historia de Santiago y las consecuencias que han llegado a su vida, hay todavía una infinidad de anécdotas atrevidas, pero esas, definitivamente, prefiero guardarlas yo.

Esas se van a mi caja de recuerdos donde apilo las hojitas de colores con anotaciones y posdatas que dan forma a mi camino.

Yo me quedo, por ejemplo, con Don Chuy el escritor, el grandioso poeta y filosofo que leía a Nietzsche y disfrutaba a Neruda.

El que para todos era un vagabundo derramando lágrimas de alcohol frente a su hogar en cenizas, pero que para mí es realidad un literato llorándole a sus Wilde, Tolstoi y Dostoievski incendiados.

Me quedo con el muchacho sin playera apagando con desesperación el vehículo en llamas, ese desconocido al que nadie le dio las gracias y que al día siguiente no apareció en la nota policíaca.

Yo prefiero platicar con Luis, que quiere ser el Hombre Araña cuando sea grande, antes que escuchar las palabras vacías y falsas de cualquier político que hace del engaño un deporte, por lo menos Luis está convencido de lo que quiere y no miente sobre ello.

Doy gracias a Santiago porque además de demostrarme el poder de mis palabras desde mi oficio, me recordó lo muchísimo que amo aprender de los detalles, de cada sonrisa, lagrima o historia olvidada.

Porque definitivamente, el cosmos no es injusto conmigo, no puede existir un complot universal en contra de alguien que en su andar diario descubre tesoros inimaginables.

 

Aquí  la historia de Santiago:

http://www.noroeste.com.mx/publicaciones.php?id=661397&id_seccion=6&fecha=2011-02-13

http://www.noroeste.com.mx/publicaciones.php?id=662532&id_seccion=1024&fecha=2011-02-17

Encierrame hasta que termine

•15 enero 2011 • Deja un comentario

Normalmente observo cada detalle a mi alrededor, rostros extraños, vehículos desconocidos, movimientos sospechosos, tal vez mi trabajo así me lo exige, tal vez el acontecer diario me ha convertido en un sobreviviente.  

Esa noche olvide mis reglas, subí al vehículo sin reparar en detalles, no tome datos, no revise su permiso. 

La primera regla que rompí fue hablar por celular todo el camino, un trayecto de más de 25 minutos. Una conversación familiar, cómo estuvo mi día, cómo estuvo el suyo, los amigos, el trabajo, las mascotas. Más tarde mi imprudencia me costaría bastante.

Al llegar a mi destino el conductor nunca encendió la luz interior, era de noche y yo no lograba encontrar el dinero.

Mientras luchaba con mi bolsa y el billete atorado en el cierre de la cartera, un motociclista se acercó a la ventana del conductor, sus preguntas me alarmaron de inmediato.

Los titulares diarios de las noticias, esos que dibujan una sociedad increíblemente violenta, llegaron directamente hacia mí.

Esos momentos que a veces crees muy lejanos, instantes que aseguras nunca se cruzarán en tu camino.

Matan, violan, asaltan, secuestran. Jamás creíste que estarías tan cerca.

El motociclista hizo varias preguntas, ¿traes gente?, ¿es hombre o es mujer?.

En una reacción instintiva, tal vez buena, tal vez mala, aún no lo sé, el conductor aceleró, yo aún estaba en el vehículo.

Él comenzó a alejarse del lugar más seguro, estábamos sólo a dos cuadras de una central de policías pero él condujo hacia el sentido contrario, poco a poco se fue adentrando en calles desconocidas para mí.

Voltee hacia atrás con pavor de escuchar disparos, con pavor de verlo persiguiéndonos. Así era, el motociclista nos seguía muy cerca.

Con una voz fuerte, fingiendo control, exigí al conductor que se dirigiera a la central de policías, él me contestó cosas ilógicas, volví a exigir, esta vez tratando de aparentar más poder en mis palabras.

Decidí dejar de violar mis reglas, no paralizarme, recordé esas conversaciones de los “yo hubiera”, traje a mi mente los correos electrónicos que a veces considero basura, esos que enlistan consejos de qué hacer en caso de.

Marque por celular el primer número en mi agenda, el que se marca automáticamente al  oprimir la tecla verde, así como lo recomienda una “cadena” de correo electrónico.

“Estoy en un taxi, un motociclista nos viene siguiendo, nos quiere asaltar, creo que el taxista está de acuerdo”.

Mientras hablaba me acerque a la puerta, quite el seguro, mi siguiente paso era aventarme del vehículo y correr.

Por segundos pensé en que el conductor estaba igual de asustado que yo y no coordinaba hacia dónde se dirigía.

No podía confiar. Violación, asalto, ejecución, secuestro, palabras tan lejanas pero tan reales, volvieron a mi.   

Justo cuando hablaba por celular el conductor retomó la dirección a la central de policías, no sé si mi llamada funcionó o de repente él se ubicó.

El motociclista despareció una cuadra antes de llegar a la central.

No sé si algún día estas historias dejarán de contarse, esas escenas violentas en las que un hombre armado con un cuerno de chivo baja de su carro y acribilla a otro frente a ti, frente a una decena de vehículos que esperan el siga.  ¿algún día dejarán de ser parte de la cotidianeidad?

Te has convertido en un niño con miedo que llora por las noches, por su vida, por la vida de los suyos, por ese espacio que te fue arrebato, por esa seguridad que ya no tienes.

De repente despiertas gritando como cuando eras bebé, sientes el mismo miedo que provocaba esa pesadilla protagonizada por un payaso de colores que te perseguía en una escalera sin final.

Antes era tan simple como cruzar el pasillo y acurrucarte en los brazos de tus padres, ahora sólo te secas el sudor e intentas volver a dormir.

Jamás me dio tanto gusto ver a un policía, baje del vehículo y corrí hacía ellos, estuve a punto de abrazarlos, besarlos, hincarme y suplicarles protección.

Enciérrenme en un celda y no me dejen salir hasta que esta guerra se termine.

Ni siquiera fingieron asombro. Era sólo un intento más , un número frustrado, un caso que no se archivará en la pila de denuncias por asalto, secuestro, violación, homicidio.

Alicia sonríe mientras llora

•15 enero 2011 • Deja un comentario

En definitiva la vida tiene cosas peores, están las enfermedades terminales, la pobreza, morir acribillado o sufrir una intoxicación estomacal a causa de los deliciosos camarones en aguachile. 

Ella las prefiere todas.  Todas juntas si es posible.

Nada se compara con el martirio de mantener una sonrisa falsa en su rostro por más de una hora, nada.

El rostro congelado, los movimientos delicados, una postura rígida, todas las sensaciones luchando contra la escenografía giratoria, las imágenes distorsionadas y las voces cantantes que parecen salir de un viaje de humo fuera de control.

También lo prefiere.  Un viaje, de inmediato por favor.

Que buena idea. Justo cuando la cortina está a punto de caer, un avión desciende en medio de la mesa, toma un sorbo de infusión y se transforma en una Alicia miniatura. 

Entre las preguntas insensatas y las respuestas idiotas, aborda su avión y se retira de la tormenta. Sobrevuela un rato, esta vez su sonrisa es natural, ha detectado colores falsos, destellos de oro que disfrazan un cobre barato.

Allá abajo la sonrisa no se ha perdido, el vuelo funciona por unos minutos hasta que es bombardeado por una mirada destructora, esa que nunca debió observar.

Cae, lenta y dolorosamente.

La infusión morada se termina, no hay más Alicia miniatura, ni aviones de centro de mesa con salidas disponibles.

Regresa a los movimientos incontrolados, la sangre en ebullición, el constante mordisqueo de labios.

Otra vez, las vueltas del rededor, giros con cada palabra, está a punto de explotar.

Sin darse cuenta, un grito emerge desde su estomago, logra ahogarlo en su garganta y lo regresa con un poco de saliva, mastica detenidamente para que no intente escapar.

Ya sin el auxilio de su avión, se resguarda dos minutos entre cuatro paredes amarillas, arroja a la basura la sonrisa falsa y se enjuaga el rostro con tristeza.

Perdió una batalla que nunca luchó, pero que deseaba ganar.

Observa el espejo, lamenta que no sea aquel del cuento infantil, ese que tiene salida hacia un mundo mágico.

Regresa a su tonta batalla, una voz amiga finaliza la tortura, ya no es su obligación sonreír, tiene permiso para huir y lo hace.

No volverá a llorar anhelos perdidos, promete comer más camarones y morir feliz de una trágica intoxicación estomacal.

No fuiste amor

•3 enero 2010 • 2 comentarios

No fue amor, fue la realización de un deseo. Esos sueños que pocas veces se vuelven realidad tal y como los soñaste. Lo imagine justo así, como sucedió, aunque, claro, sin el severo desenlace.

Me gusta pensarte de vez en cuando, recorrerte con mis ojos cerrados, sonreirle a los instantes, a esos recuerdos que guardo en mi mente. A veces sólo logro revivir unos segundos, después, todo es confuso, vuelvo a la realidad de nuestra lejanía, mi decepción, tu silencio.

Siempre he pensado que mi madre es una bruja, de esas con poderes mentales, las que ven el aura y adivinan los pensamientos, cuando cumplí 18 años la cuestione sobre la herencia de su magia, nunca lo ha aceptado. Un día te soñé abrazado a mí, mojados en un cuarto lleno de vapor, tus dedos recorriendo mi cuerpo y tus labios fundiéndose en mi boca; nunca te lo conté pero el sueño se realizó días después, tal ves eres un espía de sueños y decidiste cumplirlo al pie de la letra, o tal ves tengo el mismo destino de bruja hechicera de mi madre, sólo que aún no descubro como controlarlo.

Fuiste tan volátil como el humo que nos envolvió. Te has ido y yo intento fumarte de vez en cuando, hacerte regresar en un deseo de colores. Algunas noches trato de soñarte, anhelando que mis poderes existan, dibujo una sonrisa y un abrazo que nunca llegan.

Hoy he decidido olvidarte, desde hace tiempo lo vengo haciendo, he borrado recuerdos, suprimí pensamientos, te dejé en lo mas profundo de mis felicidades, junto a la pila de momentos que se que no volverán. No me has causado mucho trabajo, porque no fuiste amor, sólo un deseo, instantes de placer, sonrisas y palabras sin coherencia, momentos de inspiración ahogados en una habitación llena de sombras.

Fuiste música, colores, humo, distorsión, palabras, caricias, magia, libertad, placer, sonrisas pero no, no fuiste amor.

Te fuiste tan rápido como dormir y soñar

•15 diciembre 2009 • 2 comentarios

 

Recuerdo ese día, te fuiste tan rápido como dormir y soñar, tan fácil como decir, esta vez no despertare. En un instante, como siempre lo habías prometido, sin causar mayor algarabía, con el mismo silencio de tu caminar pausado y tus manos hacía atras, tu alma desapareció.

Yo no quiero dar molestias, era tu frase en los últimos tiempos, sin saber que nunca causaste una sola, que tus platicas repetitivas y llenas de anécdotas eran el alimento de mi imaginación.

Fue una muerte bonita, decían algunos, muy acorde a su personalidad. No negare que definitivamente lo fue. Pero, si tan sólo hubieras dado una señal de lo que pasaría, una pequeña tocesita quejumbrosa, alguna palabra de fatiga, si tan sólo ese día hubieras dejado de lado el paseo acostumbrado, entonces habría entendido que tu mirada era de cansancio, de nostalgia, de recuerdos; te despedías silenciosamente con una mirada perdida reflejada en mi espejo, mientras yo te dejaba ante la tranquilidad de un mañana.

Con la anticipación de tu partida te habría abrazado fuertemente unas cien veces para que mi olfato se impregnara de tu olor, ese aroma a abuelito que ciertamente no incluía la particularidad de tus ultimas costumbres. Te habría dado muchos besos para después no tener la necesidad de besar tu mejilla fría y rígida, y llevar hasta hoy la sensación de tu muerte en mi boca. Me hubiera tomado el tiempo para entender que al día siguiente me despediría de ti en un húmedo panteón, con lagrimas cayendo del cielo y de mis ojos. Entonces, sabría que al pasar los días, con el vacío en efervescencia, voltearía a tu cuarto esperando encontrarte, bajaría la mirada y recordaría que ya no estas.

Esta vez no estaba preparada, siento tu ausencia como una fría daga, me falta tu música, tu luz, tus pasos, tu café por las mañanas y esa obligación, con un toque de placer, de hacerte compañía.

Mientras bajaban tu ataúd y te cubrían para siempre con cuatro bloques de cemento, recordé los tres cuerpos abajo de ti, las lagrimas pasadas y las ausencias superadas, creo que algún día dejare de buscarte en una poltrona de madera, junto a la esquina de la mesa de mi infancia, entraras a mi cielo y te colgaré con las tres estrellas que coloque ahí hace unos años.

Hay muchas cosas en las que he dejado de creer, alegrías por las que deje de sonreír, sin embargo, con tu partida me reconcilie con mis errores, aprendí que las cosas son tan sencillas como acostarse a dormir al final del día, decidir que todo fue maravilloso y finalmente, no despertar jamás.

Traslado aquí mis pensamientos.

•13 diciembre 2009 • 1 comentario

Imaginar es casi una necesidad básica para mí, con frecuencia hablo con mi mente, algunas veces creo tener un pequeño amigo habitando en mi cabeza, es un enanito de cabello largo con un ajustado pantaloncito de colores, su rostro es simpático y su voz chillona, me resulta muy agradable, escucha todo lo que digo y a veces opina sobre ello. Casi siempre está sentado en mi hemisferio derecho o brincoteando en el lóbulo temporal, es por eso que de vez en cuando pierdo toda coordinación en actividades rítmicas, o no logro distinguir entre la derecha y la izquierda, también es culpable de mis sueños largos y aventureros. Cuando duermo le gusta proyectar películas de acción, cómicas y hasta de vaqueros, recientemente lo descubrí, mientras él disfruta unas palomitas, yo sueño que asalto bancos o que salvo al mundo.

Últimamente he dejado de hablar con él, no es porque ya no quiera pero desde que hay tantas personas a mi alrededor me es muy difícil platicarle todo, hablar sola y en voz alta no es algo muy normal para las otras personas.

La solución me venía dando vueltas desde hace tiempo, tantas cosas no pueden quedarse abandonadas en mi cabecita, escuchadas solamente por un enanito imaginario.

Entonces, decidido está, traslado aquí mis pensamientos.

Realmente me sorprendí cuando al buscar un enano en internet apareció este, casi igual a lo que había imaginado, tal vez, no sea yo la única que lo conoce.